Después de que mi abuelo fuera asesinado en un cine mi vida entró en un caos. Empecé a moverme entre gente rara y por zonas poco recomendables. Comencé a salir incluso con un Skinhead depravado que iba dando palizas por ahí, y cada vez me hundía mas en la miseria. Intentaba salir de ese submundo, pero nada me sacaba del pozo en el que se había convertido mi vida. Finalmente mi madre decidió enviarme a un psiquiatra. Era un tal Doctor Gore, no sé. Os cuento como fue mi primera consulta:
Entré en una clínica muy grande. Tan grande que no parecía una clínica. Cierto, era un psiquiátrico en el que mi Doctor pasaba consulta. A medida que avanzaba por los recovecos los locos susurraban (o gritaban según el caso):
“Está loco, es un asesino. El y su sierra. Oohhhh. No le mires. ¡Su cara es la piel de una niña! Cuando sale de aquí la carne se abre...”
Tuve un escalofrío pero solo eran locos. Continué por un pasillo hasta el despacho del Dr. Gore. Entré y le miré. Que susto era un tío lleno de implantes, prótesis y movidas ortopédicas. Los tenía por todo el cuerpo, pero eso daba igual, era el mejor en su especialidad.
Me tumbe y le conté lo de la muerte de mi abuelo en el cine, las palizas que iba repartiendo mi novio, especialmente una que me contó un día de partido de fútbol, las drogas que me metía... Luego empezó a interrogarme y yo cada vez me ponía más nerviosa. Cada pregunta que me hacía me sacaba más de mis casillas, era como si estuviera intentando hundirme más en vez de curarme.
Cerré los ojos, apreté los puños y comenzó todo.
De un salto ágil me puse encima de su mesa y cogí la pluma con la que escribía y con un movimiento rápido se la clavé en la carótida. No sangraba mucho porque se la dejé incrustada. La cabeza se le empezó a poner roja y mientras, uno de sus brazos ortopédicos se agitaba arriba y abajo.
Para que no gritara cogí la grapadora de encima de la mesa y le grapé la lengua al paladar y también sendos labios entre sí. Sangraba como un cerdo, supongo que como mi abuelo. Llegó un momento que se atragantó con su sangre, que ya formaba grandes coágulos en torno a su lengua y boca.
Se movía demasiado así que cogí el pisapapeles más grande que encontré y le golpeé una y otra vez en la cabeza hasta que pude ver su cráneo. Continué hasta que le abrí un boquete y aparecieron sus sesos. Empecé a hurgar con mis uñas en su masa cerebral. Toqué el cerebelo y todo. Fue entonces cuando dejo de moverse y la sangre fluyó con mas rapidez y con más viscosidad que antes. Aproveche entonces para coger un abrecartas y abrirlo en canal, desde la base de su coagulada boca hasta su ombligo. Luego separé los trozos de carne que había a cada lado y comencé a arrancar costillas. Luego metí mi cara entre los órganos abdominales y la agité de un lado a otro hasta que mi cuerpo se empapó de sangre y fluidos pastoso negruzcos.
De repente una voz habló dentro de mi cabeza:
“¡Laura! ¿Que te pasa? Abre los ojos por favor”
Cuando abrí los ojos me di cuenta de que nada había sucedido y que todo era producto de mi destrozada mente, que no separaba realidad de ficción.
En aquella sesión no mejoré nada. En las siguientes tampoco. Dejé de ir, era tirar el dinero.
Jamás sabré si lo que oía en los pasillos del psiquiátrico cada vez que iba a la consulta del Dr. Gore era verdad. Actualmente mis padres, fanáticos religiosos, están barajando la posibilidad de que esté poseída. Ellos si que necesitan ir al psiquiatra.
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