Lobotomy Zombie

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Lunes 6 de febrero de 1992. Me había quedado solo en casa. Mis padres, mi hermana y mi hermano recién nacido habían salido a cenar y me habían dejado solo. Yo no fui porque quería ver en el Canal Plus una película que se llamaba Lobotomy Zombie, exclusivamente para mayores de 18 y clasificada como X (no porque fuera porno sino por lo violento de su contenido) y que debido a mi corta edad, 10 años, no me habían permitido ver en anteriores ocasiones. Ahora nadie me lo impediría. La casa para mi solo. O eso creí yo.

Dieron las 11:30 p.m. y en la televisión salió eso de: "C+ CINE". Quedé un tanto sorprendido por lo que el canal anunció a continuación:

"Se recomienda a todas las personas afectadas de dolencias o problemas cardiacos y/o posean estómagos débiles, que las escenas de esta película pueden provocar paradas cardíacas o vómitos. La decisión es de usted. Canal Plus no se responsabilizará de las muertes causadas por reventones de corazón o asfixias a consecuencia de vómitos mal expulsados".

Aparecieron las primeras escenas: 2 zombies estaban desmembrando con suma destreza a un niño. Primero las piernas, luego la cabeza y por último los brazos. Tras esto se lo comieron y lo vomitaron para nuevamente volvérselo a comer en trozos más pequeños y calientes. De repente oí un ruido en la habitación de mis padres que estaba en el piso de arriba. ¿Qué demonios sería?. Que oportuno. Esperé un poco. Lo volví a oir. No pude aguantar la sensación de angustia y subí por las escaleras sigilosamente y me dirigí hacia la alcoba. Espiando a través de la puerta me pude percatar de como tres individuos entraban en mi casa por la ventana y no venían precisamente de visita. Iban a robarnos. Rápidamente bajé al salón y apagué la tele (que pena no podría ver mi peli). Fui a la cocina y busque el cuchillo más grande que pudiera encontrar. Al fin vi uno. Era el típico de película de terror. Unos veinte dedos de hoja. Tenía que defender mi casa. Me preparé para la caza para lo cual me escondí tras el sofá.

Pasados unos minutos uno de los cacos se sentó en el sofá para descansar un ratito. Saqué mi linda cabecita por detrás de este para observar el panorama y cuando lo creí oportuno clave mi cuchillo en su nuca. Oprimí hasta más no poder. Le metí en el cuello parte de la empuñadura y luego lo moví a sendos lados bruscamente para destrozarle sus malditas vías respiratorias. Fue muy fácil, ni siquiera gritó. El puñal salió por la parte delantera de su cuello a la altura se la nuez. No solo apareció mi cuchillo por el otro lado sino también cantidad de sangraza y fluidos corporales. Para cercionarme de que realmente lo mataba introduje mi mano por el boquete de la nuca hasta que toqué la nuez, luego estiré, desgarré y destrocé todo lo que pille a mi paso. Luego tanteé un poco por el interior de su cuello hasta que di con su jugosa lengua. Se la arranque y se la saqué por la nuca. Parecía un perro después de correr durante un kilometro. Uno menos.

Subí al piso de arriba y me escondí en la ducha del baño. Seguro que alguno de los saqueadores que orinar o defecar. Y así fue. Dicho y hecho. A uno de los rateros se le ocurrió ir a mear y cuando estaba en plena faena salte de la ducha y le arremetí una tremenda cuchillada en su pene que callo como un chicle en el W.C.. Su pubis parecía ahora el de una mujer con la regla descontrolada. Sangraba abundantemente. La hemoglobina se mezclaba con todo el ácido úrico y la urea que todavía no había llegado a mear. Ambos formaron una disolución anaranjada de sangre y pis. Este si gritó, pero se calló cuando le estampé el vaso de los cepillos de dientes en su boca. Le partí la mitad de los dientes y la mayoría de los cristales se clavaron en su garganta, labios y lengua. Luego para que no gimiera de dolor le metí un cepillo de púas de cerdo irlandés en la boca y le empecé a dar vueltas hasta que sus tragaderas se cayeron a trozos. Allí mismo vomitó el hombre. Echó una mezcla de carne, sangre y mocos. Aquello me gustó así que le introduje ahora el maldito cepillo por su asqueroso culo y repetí la operación rotatoria anterior. Dios que risa. Le dejé el ano como un grifo. No paraba de salir sangre, carne, excrementos tanto en forma solida como descompuesta, bilis, jugos pancreáticos, trozos de intestino y alguna que otra lombriz. Cayó al suelo inconsciente pero vivo, así que salté sobre su tórax con los dos pies unas 240 o 260 veces hasta que reventó. Su cuerpo se esparció por todo el mármol del baño. Tendría que limpiar todo aquello cuidadosamente o mis padres me castigarían durante un mes por guarro y sucio. Dos menos.

Era la hora del siguiente. Baje al piso de abajo y me acerqué a la chimenea. Cogí el atizador y lo arrimé al fuego hasta que el trozo de hierro se pusiera al rojo. Justo cuando me iba a decidir a cogerlo apareció otro de los intrusos. Se me puso la situación a pedir de boca. Agarre el atizador y tomando carrerilla erguí la barra metálica y apunte a su ojo cuan matador de toros. Le di de lleno. Atravesé su ojo derecho de cabo a rabo. El atizador, tras entrar, salió por la base del cráneo. Esta vez no hubo sangre ya que al estar al rojo vivo, al mismo tiempo que desgarraba la carne iba cauterizando los vasos sanguíneos produciendo una dolorosa cicatrización. Luego volví a coger el cuchillo ensangrentado que había usado con mis dos víctimas y seccioné con sumo cuidado la retina del ojo que aun tenía en pie. Ese si sangró. Emanó todos sus humores y gran cantidad de sangre. Cansado de delicadezas y sutilezas, quité el filo del machete del ojo y con violenta fuerza se lo metí entero. Con medio puñal dentro del globo ocular, sentí envidia de las personas que venden helados y en movimiento rotatorio semejante al de los heladeros cuando extraen una bola de helado, empecé a dar vueltas al cuchillo dentro del ojo hasta que aniquilé por completo su aparato de la visión. Como estaba inspirado rajé todo su pecho con el cuchillo y le arranqué el esternón con costillas, corazón y pulmones incluidos. Sonó algo parecido al ruido producido al machacarse 100 galletas. Todos eliminados.

Ahora solo tenía que limpiar la casa con minucioso cuidado porque si no mi padre me iba a arrancar la cabeza con mi bate de béisbol. Para deshacerme de los cuerpos, los corté en trozos fáciles de transportar y los tiré por la taza del water uno a uno.

Sobre las 4:00 a.m. terminé mis quehaceres y a los diez minutos me quedé dormido.

A la mañana siguiente me desperté y me fui corriendo a ver si mis padres habían llegado. Así fue. Estaban en la cocina. Les conté todo lo que había pasado con pelos y señales. Mis padres quedaron sorprendidos así como orgullosos. Me felicitaron y me dijeron que pidiera lo que fuese que me lo concederían ya que era un héroe. Yo dije que no deseaba nada pero mis padres insistieron y decidieron ir Disney Land a celebrarlo. A mi no me apetecía ir ya que estaba muy cansado por el ajetreo así que decidieron ir mi padre, mi madre, mi hermana y mi hermanito solos, sin mi. Cogieron su flamante Ford Fiesta, lo sacaron del garaje y nunca más volvieron.

Murieron chocando contra un camión en un terrible accidente. No me lo explico: todos muertos excepto el conductor del camión que nunca apareció.

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