Tumbó a su hija en una espacie de camilla y comenzó el exorcismo.
La niña no daba la sensación de estar posesa, ni siquiera de estar enferma, pero para su padre , madre y hermano estaba profundamente corrupta.
La madre empezó a recitar algo en Latín y la siguieron padre e hijo. Cuando acabaron dijeron amén y a continuación el padre expuso:
- Podemos empezar. No quiso salir de ella por las buenas así que lo sacaremos por la fuerza . Chica, mas vale que sepas aguantar el dolor.
Acto seguido el padre se agachó y cogió una rata común, de las que se encuentran por la calle, y se la introdujo en la vagina de su hija. Según él, este roedor devoraría los genitales de su retoña impidiendo que la bestia se reprodujera e hiciera su trabajo inútil.
La rata se introdujo rápidamente entre los labios vaginales clavando sus afiladas uñas en estos. Cuando aun tenía la cola fuera empezó a manar sangre. Finalmente se metió del todo. Devoraba todo lo que encontraba a su paso. No solo se conformó con los genitales si no que también ingirió parte de las paredes de su útero. El pubis de la niña parecía una fuente de vino tinto. La pequeña se retorcía de dolor.
Tras un breve lapso de tiempo la madre consideró que el roedor ya habría cumplido su cometido y el pidió a su hijo que le diera la escopeta de caza; que había que eliminar a la rata. El niño pidió ser él el que acabará con el bicho y sus padres accedieron. Colocó el rifle apoyado en su hombro y el extremo del cañón dentro de la vagina y apretó el gatillo lleno de entusiasmo. El pubis y la zona del vientre bajo volaron por los aires impregnado a los exorcistas de sangre, carne, orina de la vejiga, conductos renales e incluso un pequeño tampón que la niña se había colocado esa mañana.
Ahora tenían que sacarle las entrañas por el boquete abierto por la detonación. Cuando se acercó el padre, la niña cruzó las piernas, como si intentase que no la violaran. Al ver esto el padre, como si fuera un cirujano dijo:
- Sierra de mano.
- Sierra de mano. Respondió el hijo al tiempo que se la entregaba a su padre.
El hombre cogió una de las piernas de la hija con fuerza, entre la cadera y la mitad del fémur, y comenzó a aserrar alante y atrás, como un carpintero, justo por la articulación que une la pierna al torso. La niña se movía con grandes convulsiones producidas por el dolor, lo que facilito la tarea de rasgar el hueso con la sierra debido a los movimientos bruscos de la extremidad, que hacían casi innecesario mover el serrucho.
Con una pierna en la mano, realizo la misma operación en la otra. Las mismas convulsiones y la misma facilidad de aserramiento. Ya daba igual que su hija cruzara las piernas, lo único que se movía eran los extremos de los huesos que quedaban ahora al descubierto y que eran totalmente inútiles. Se movían de modo ridículo. Eran como dos colgajos rojos y negruzcos brillantes con un hueso sanguinolento en su centro. Los dos trozos de hueso iban de un lado a otro intentando mover las piernas que ya no poseía la muchacha y que ahora levantaba el padre en señal de trofeo hacia un crucifijo, al mismo tiempo que las dos extremidades agotaban sus últimos movimientos en los brazos del progenitor. De ellas y de sendos muñones brotaba cantidad de sangre y de los huesos se desprendía la caña que hay en su interior formando un maremagnum que inundaba el suelo y la camilla.
La niña trato de decirles que ella no estaba poseída, pero la madre se dio cuenta y dijo:
- El maligno quiere hablar a través de ella. Impidámoselo.
A continuación, la mujer cogió un crucifijo, al cual le habían afilado la base ( como si fuese una estaca ), y se lo puso en la boca. Su hijo, que ahora esgrimía un mazo, fue el encargado de empotrarlo. Le dio un golpe seco pero atroz que atravesó la garganta de la muchacha, desgarrando la cavidad bucal, y que dejó su cabecilla clavada en la camilla.
La madre agarró ahora un cutter de andar por casa y le extirpó los pezones trazando una pequeña circunferencia alrededor de ellos, y usando luego unos alicates, se los arrancó. Al quitarlos se quedaron al aire los nervios que hacen de esta parte una zona sensitiva. Tiró de ellos hasta que los desgarró. De los dos agujeros manó gran cantidad de sangre porque es una zona muy irrigada.
Tras observar las cavidades, el hermano metió las manos por los estrechos huecos para extraerla la grasa que allí tenía. Esta grasa la hirvieron y cuando aun borboteaba se la echaron en los ojos de la niña para que el demonio no pudiera verlos. Cuando la echaron, la diferencia de temperatura que sufrieron los ojos, provocó un aumento de presión en los mismos que ocasionó su reventamiento. Eran como dos naranjas que son disparadas con una escopeta. Reventaron literalmente y lagrimas de sangre y humores oculares brotaron de los dos agujeros oculares.
Ahora podrían sacarle las vísceras sin mas y así eliminar al maligno, pero se olvidaban de que todavía tenia manos y que la niña no era imbécil y no se dejaría matar sin ofrecer resistencia.
Cuando el padre fue a echar mano al vientre uno de los brazos de su hija se abalanzó sobre el y le araño con las uñas. La mujer, a la velocidad de la luz, sacó un hacha y la amputó el brazo agresor. El hermano cogió el cutter empleado en los senos y lo clavó unas 33 veces en la otra muñeca que aun tenía útil su hermana. No llegó a arrancarla, pero estuvo a punto. La dejó hecha jirones. Se le podían apreciar todos los huesos que unen el cúbito y el radio con la mano entre gran cantidad de sangre, tendones, músculos y cuajarones negruzcos.
Por fin podrían acabar el ritual. El padre metió su antebrazo derecho entre las piernas, por el boquete abierto al principio por la escopeta, palpó durante unos momentos. Mientras hurgaba se oía una especie de ruido viscoso y gelatinoso parecido al que se oye al remover unos espaguetis con mucho tomate. Tras la palpación agarró el intestino grueso y estiró. Lo extrajo de una pieza entre una gran plasta sanguinolenta. luego volvió a meter la mano para arrancarle el estómago junto con el intestino delgado. Otra plasta sanguinolenta. La muchacha se desinfló como un globo. Estaba hueca. La sangre manaba incesantemente al tiempo que trocitos de carne, grasilla y todo tipo de fluidos salían por el gran agujero.
El padre arrojó todas las vísceras en un rincón de la habitación, como si fueran ropa sucia, que ahora estaba teñida de rojo negruzco y dijo:
- Elea jacta est ( La suerte está echada ), acabad con su vida.- Y a continuación la rociaron con gasolina y la flamearon en el fuego purificador. La sangre hirvió formando pompas muy espesas y la carne se ennegreció hasta que formó ampollas que cuando reventaron hicieron fluir mas sangre, hasta que al final la niña, inocente, expiró
Basado en un hecho real que tuvo lugar en la localidad de Almansa.
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