Son las 17:45 P.M.. ¡Qué mal lo llevo!. Mañana tengo el jodido examen de morfología y todavía ando por el tema 2. Aún me quedan 15 más. Tengo la ligera impresión de que no me va a dar tiempo... No me voy a poner nerviosa. Tranquilidad. Serenidad. Me voy a poner a los Doors y ya está. Joder, no puedo estudiar, no hay quien entienda estos apuntes. Si tuviera láminas con dibujos explicativas... pero como soy tan vaga, copio lo justo. Te maldigo por vaga, vaga y vaga. ¿Qué mierda puedo hacer para ver un "buen" dibujo de la médula, del cerebro, del diafragma e incluso, porqué no, del famoso músculo esternocleidomastoideo? Si me hubiera comprado el dichoso atlas de anatomía a tiempo... pero siempre presente mi cicatería y yo. ¡¡¡Nooo!!! Se me ha jodido la cinta de los Doors. Dios, ¿por qué? Ya sí que me voy a poner de mala hostia, hasta el radio-cassette está contra mí. Y, ¿quién me va a cantar ahora Roadhouse Blues o You make me real? Entre este fastidio y el examen me estoy agobiando demasiado. Creo que voy a salir a pasear, tengo ganas de que el aire contaminado toque mi faz, quiero sentir como me hago daño. Sí, quiero. ¡Ummmh!
Así fue toda mi tarde, quejándome, quejándome y hablando sola. Me decidí a salir del cutre piso característico de una estudiante abandonada en una ciudad desconocida. Me llevó lo mío, no creas. Cuando salí al portal, me hice una de mis preguntas "existenciales": ¿a dónde voy? Teniendo en cuenta que apenas conocía la ciudad, y que soy una gandula que con 100 metros andados ya sufro dolor de pies (como una vieja con artrosis), pues no tenía demasiadas posibilidades.
Me dispuse a salir sin rumbo, donde mis piernas me llevaran. Tuve la tan mala suerte de encontrarme con una ex –compañera de clase, a la que ciertamente le tenía un odio inimaginable. Por su culpa estaba haciendo una carrera que no me gustaba. Fue la que se chivó de que me estaba copiando en los exámenes de selectividad. Cerda, puta cerda sebosa. Me paró por la calle y me falseó un rato. Yo la seguí la corriente, me gustaba lo de jugar a la hipocresía, y lo que es más importante, me gustaba ganar. La invité a casa, ya se sabe, con la excusa de tomarnos un café y contarnos nuestras vidas. Ella accedió, aunque lo mío me costó, ya que me puse un rato pesada. Ya en casa, la hice pasar a la terraza (en pleno mes de enero es una cosa muy normal, no?), mientras yo preparaba el café. Al lado de la cafetera tenía el aloperidol (neuroléptico). Algo muy normal, tan normal como quien tiene un azucarero en el W.C. Le añadí un buen chorreón de dicho medicamento al café, luego le añadí Gressy para que no notase demasiado el sabor. Cuando se lo terminó empecé a reirme y me descontrolé con las carcajadas finales. En unos 10-15 minutos aquello haría efecto y se adormecería, pero no le dí tiempo, así que me levanté y le endiñé una patada en todas sus partes, ¿le dolería? (otra pregunta "existencial" de las mías, jeje). Noté como me subía la adrenalina, algo extraño me entró en el cuerpo y me decía: "Destrózala, hazla pedazos". La golpeé por todo el cuerpo, que si patadas, puñetazos, guantazos, empujones....., pero la muy zorra se defendía, así que yo también pillé algo. Terminó en el suelo, ese fue el momento en el que me subí sobre ella y me puse a saltar, tal y como hacía en mi colchón de casa con 7 años, ¿la diferencia? Ahora mi madre no me podía pegar. Disfruté recordando mi infancia. La até a la barandilla de la terraza para que no se me escapase. La llené la boca de yerbajos y tierrecilla de un macetero que tenía por allí. Me apresuré a ir a la cocina a por mi Moulinex, último modelo, que conste. Ya que estaba en la cocina, aproveché para coger también el cuchillo de la carne, un tenedor, una cuchara y el chino para triturar, porque digan lo que digan, las batidoras dejan grumos.
Llegué a la terraza, y mi querida Mª José estaba intentando soltarse sin pedirme permiso, ¡qué desvergonzada!. Le di por ello más guantazos y más patadas, pero ya me estaba empezando a cansar de tanta violencia débil, así que me dispuse a actuar con las herramientas. Me jode un montón que me miren mientras trabajo, así que le hinqué el tenedor en el ojo izquierdo, me costó un poco porque me resbalaba, pero todo fue cuestión de tiempo. Empezaron a salir líquidos por todos los lados, quedando el globo ocular como una regadera. Quedaba poco estético, y yo sabía que ella era muy presumida, por lo que hice palanca con la cuchara y se lo saqué del todo. Luego procedí con el derecho, para que no le diese envidia del izquierdo. Misma operación. Ahora podía trabajar a gusto, sin sentirme observada. Cogí el cuchillo y le hice rajas verticales por la zona inferior de la cara, por la zona de la boca. Parecía que le hubiese cosido la boca con hilo rojo. Me gustó tanto el resultado que se lo repetí en la frente, pero en esta ocasión, en horizontal. Ya estaba maquillada para un festejo zombie, jeje.
¿Y la Moulinex? ¿Qué hacía con la Moulinex? Decidí triturarle un pecho, sólo uno. ¡Qué asquerosidad! Tanta sangre y tanta carne estaban dejando el piso de la terraza echo una mierda. Despedía mucha sangre de su pecho, también muchos líquidos blanquecinos. Yo creo que tenía algún tumor o algo así, y yo, la buena de la cirujana Piemia, se lo quité. Derrocho bondad. Se me hizo muy tarde, la cara me llevó mucho tiempo, como buena maquilladora que se precie. Me entró hambre, así que ya fui a lo esencial, a ver el corazón, el motor de "Ford Mª José". Fue rápido, un buen corte por la zona abdominal, por donde empecé a sacar intestinos, estómago, hígado, y creo que también el páncreas, no sé. Seguí rajando hasta arriba. Los pulmones aún se movían, pero pronto quedarían en reposo cuando le di un gran golpe en la caja torácica (no me dejaba ver bien, parecía aquello las rejas de una cárcel). Al fin mi deseo, el corazón. Le corté todas las conexiones (venas y arterias). Lo eché en el mismo plato en el que deposité los demás órganos. Los batí, y luego los pasé por el chino, soy una maniática de los grumos. Todo al microondas con una fina capa de queso. Ya tenía la cena lista para comer. Después de todo, no sé porqué ese odio a Mª José, mirándolo por el lado bueno, me ahorró el dinero de una cena. Siempre la estaré agradecida. ¡Ah!, por cierto, un mísero aprobado en morfología, a la próxima tendré que hacerlo mejor.
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