Soldados del Dolor II

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Veía todo oscuro…me había dormido mientras me torturaban…
Pero ahora poco a poco el dolor remitía en las heridas de mi pierna, de la entrepierna y del muñón. Poco a poco fui recobrando la vista, y me encontré tumbado en el suelo de una celda, desnudo excepto con una camiseta interior sudada. Estaba mareado por el dolor. Me miré las heridas. La pierna del balazo tenía una cierta desviación antinatural, estaba fracturada, y encima la herida del balazo estaba reproduciendo una costra negra infectada. Me miré la entrepierna con detenimiento. Conservaba el pene y un testículo, pero en lugar del otro estaba la zona cicatrizada de la bolsa con un color parecido al de la pierna. Toda la zona de alrededor estaba adquiriendo un color morado. Sin duda se estaba infectando gravemente. No quería ni imaginarme como debía oler.
El muñón estaba tapado con una venda manchada de sangre. Me la destapé con cuidado y vi que había cicatrizado perfectamente. Aún así el dolor helado que sentía me hacía estremecerme de vez en cuando.
Mire la zona donde me encontraba con detenimiento. Estaba en una oscura celda, con una puerta de rejas como los calabozos policiales. Sin duda estaba en una ciudad.
Pero no estaba solo. Había un hombre joven junto a mi. Estaba sentado, apoyado en la pared de piedra. Era un hombre de raza negra, con el tabique nasal partido, dejando ver un líquido coagulado parecido a sangre marrón que se amontonaba en la cicatriz nasal. El individuo tenía el torso desnudo, y llevaba unos pantalones militares. Debía ser del Ejercito Nacional.
Me miraba fijamente. Con miedo, o tal vez pena. Intenté incorporarme.
“Será mejor que no haga eso” Me dijo. “Quien eres” le pregunté con voz ronca. Se identifico como Mzula, soldado del Ejercito Nacional. Me dijo que no me preocupara, que tenía un plan.
Me pasó un plato que tenía a su lado con comida. Lo miré. Eran gusanos, miles de gusanos blancos que se revolvían entre lo que parecían migas de pan podridas. Estaba desfallecido, y no tuve otra opción que comer esos asquerosos bichos con sabor agrio que hacían cosquillas en la lengua al comerlos.
Al acabar el festín vino un guerrillero, abrió la celda y Mzula se hizo el dormido. Según me dijo, los guerrilleros creían que estaba muy enfermo. El miliciano se acercó a mi y me comenzó a levantar. Yo no podía resistirme. Entonces Mzula se levantó de un agil salto y le atestó un puñetazo en la mandíbula, produciendo un ruido seco. El guerrillero me soltó y caí al suelo, haciéndome verdadero daño y se me saltaron las lágrimas. Desde el frío suelo contemple la pelea. El guerrillero tenía la mandíbula dislocada, y Mzula le atestó otro golpe en la cabeza, que hizo que algunos dientes del miliciano se partieran y saltaran al suelo. Este se encogió por el dolor y Mzula le dio un rodillazo en plena cara. El guerrillero calló con las manos en la cara, derramando sangre por la nariz de una forma exagerada. El guerrillero había dejado la puerta abierta y Mzula salió. Pensé que me había dejado solo, pero volvió en cinco segundos con una metralleta
AK-47. El guerrillero alzó la vista con lágrimas en los ojos, previniendo lo que iba a ocurrir. Pero Mzula no iba a darle un tiro. No le iba a dar una muerte rápida. Esos cabrones habían matado a sus padres, reclutado a el niño de su hermano y violado a su madre, y a él lo habían encarcelado y torturado. Le haría sufrir.
Cogió la metralleta por el cañón, y le atestó un fuerte golpe con la culata en las costillas. El guerrillero izo un ruido parecido al hipo, pero gimió fuertemente después. Para que no alertara a los demás haciendo ruido le atestó otro golpe, esta vez en su sangrante boca, haciendo que se hiciera irreconocible sus labios. Más y más golpes le fué dando Mzula con rabia. En la cara de Mzula pude ver el odio, el dolor, el sufrimiento y la ira de sus sentimientos, de su vida destrozada. En la cara del guerrillero no pude ver nada. Estaba totalmente deformada y la sangre manaba de cada herida que le hacía con la culata, sondando un ruido de hueso roto cada vez que le atestaba otro y otro golpe. Acabó matándolo, destruyéndole el cráneo por completo y dejando una masa cerebral por el suelo.
Mzula se acercó a mí y me incorporó. El dolor en mi era insoportable y gemí. “Tranquilo, pronto saldremos de aquí” me dijo Mzula. Salimos por las rejas que el guerrillero había dejado abierta y Mzula colocó el rifle en posición preparado por si debía disparar. Salimos del edificio, que debía ser la antigua comisaría de policía tomada por los rebeldes. Estaba vacía, o al menos no nos topamos con nadie, pero en el suelo había sangre y en algunas partes vísceras y trozos deformes de carne.
Afuera nos escondimos detrás de un contenedor, en el que había un cadáver putrefacto de un soldado nacional. Según Mzula la ciudad era Kikwit y estaba totalmente tomada por los guerrilleros. Si queríamos encontrar ayuda debíamos salir en coche. Por la carretera veía coches llenos de milicianos y tanques que seguramente pertenecieron al Ejército. Mzula me llevó a gatas y como mi cuerpo podía resistir a lo que parecía el garaje de la comisaría.
Allí dentro había una camioneta pick-up, nuestra salvación. Pero había un guerrillero que estaba haciendo algo en la parte trasera. Mzula me dejó en el suelo sentado y se acercó al guerrillero con cuidado. Iba apuntando con el rifle, preparado a dispararle si lo viese. Entonces cuando lo tenía preparado y apretó el gatillo, pero…¡¡el rifle se había encasquillado!!. El miliciano miró, y al verlo se preparó a dar la alarma, pero Mzula le estampó la culata en la cara, como le había ocurrido a su anterior camarada. El guerrillero se estampó contra la parte trasera del pick-up, donde descubrió que estaba cargando muertos, unos recién fallecidos, otros con rigor mortis y otros con un repugnante hedor putrefacto. Mzula le atestó otro golpe en la cabeza y fue a estamparse contra el pecho abierto de un hombre podrido con gusanos. La cabeza sangrante del miliciano salió con gusanos en el pelo, mirando con furia al Mzula. Sacó un machete y fue a clavárselo a Mzula, pero este veterano militar esquivó el ataque, le quitó la navaja con una técnica inmovilizadora y se la clavó al guerrillero en la garganta, produciendo unos gorgoritos de dolor, y emanando un hilillo de sangre. Pero antes de sacar el cuchillo lo giró hacia derecha e izquierda, desgarrando toda la garganta y produciendo un dolor inimaginable. El mismo que Mzula tenía en el corazón.
El guerrillero se revolvía como un marica pidiendo la muerte, pero Mzula, antes de dejarlo morir desangrado sacó rápidamente el chuchillo y se lo clavó en el ojo. Todo el globo se deformó y hundió en la cuenca deformada, mezclándose los humores con sangre. Acto seguido el guerrillero murió desangrado en un torrente de dolor…
Mzula lo levantó y lo colocó con los demás cadáveres. Como tenía todo el torso manchado de sangre por el combate se limpió con un trapo que encontró en una estantería y se puso una camiseta manchada de grasa que había sobre una mesa. Se puso una gorra militar, intentando parecer un guerrillero, y dejó el rifle dentro de la camioneta. Me levantó, y me metió a la camioneta. Le pregunté que como saldríamos, ya que me verían, y le dije que si me camuflaba con los cadáveres (ya que era casi eso)…pero me dijo que me infectaría aún más si me ponía con ellos, así que me escondía entre la parte trasera del pick up y los asientos, y me colocó una manta encima. Las llaves estaban puestas y encendió el motor.
Ya había pasado la primera prueba. Escapar. Pero aún quedaban muchos peligros, y si descubrían que Mzula no era guerrillero o que yo estaba allí estaríamos acabados.
Estando allí, en plena calma tumbado, el dolor aumentó, y empecé a sollozar. Esto era increíble…no podía aguantarlo…
Mzula me escuchó sollozar, y antes de salir del garaje me dio unas pastillas que llevaba en el pantalón y que me calmarían. Sentí como el dolor desaparecía. Se lo agradecí.
El coche salió del garaje y se fue al cruce de la carretera principal. Allí unos guerrilleros saludaron a Mzula y miraron los cadáveres de la parte trasera. Todo bien. Se lo creyeron. Nos dejaron pasar. El coche salió a la carretera principal, pisando una masa pastosa sangrante sobre la carretera. Hace unos días era un joven que escapaba…pero le dieron un tiro…y poco a poco los coches y tanques pasaron sobre su cadáver… y a los días no era más que una papilla putrefacta con moscas alrededor.
A los diez minutos, y después de otro chequeo salimos de la ciudad con el pretexto de Mzula de ir a dejar los cadáveres en las afueras y pude descubrirme y sentarme junto a mi nuevo camarada.
No sentía el dolor, por suerte. Debía ser alguna droga lo que Mzula me dio.
No sentía ni el muñón, ni la espinilla ni el testículo volatilizado, a pesar de la infección.
Sentía sueño. Mucho sueño.
Mzula me invitó a dormir.
Me dijo que no pasaba nada.
Que el controlaba la situación.
Que en dos horas estaríamos en Kinshasa, la capital de Zaire, zona amiga.
Que no temiera y me durmiera.
Y así hice…

Aunque ojala no le hubiese creído…

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