Edmund Emil Kemper "El gigante" (Asesino)

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Edmund Emil Kemper nació el 18 de diciembre de 1948 en California. Como la mayoría de los asesinos recurrentes, se crió en el seno de una familia conflictiva cuyos padres reñían constantemente y que con el tiempo terminarían divorciándose.
Cuando su madre lo manda a vivir a la granja de sus abuelos paternos, el joven Ed se va volviendo tímido y se aísla cada vez más, soñando con vengarse e imaginando juegos mórbidos en los cuales tienen un papel esencial la muerte y la mutilación. Nadie toma en serio sus fantasías morbosas, ni siquiera cuando a los ocho años juega a la silla eléctrica o a la cámara de gas con sus hermanos, desempeñando el papel de víctima mientras los otros hacían de verdugos y lo ejecutaban. Fascinado por las guillotinas, decapita y mutila las muñecas de su hermana. Es incapaz de expresar cualquier sentimiento de afecto y sus compañeros evitan su presencia, pues les asusta la manera en la que Kemper les mira fijamente, sin pronunciar palabra.
A los 13 años mata al gato de la familia a machetazos. Le corta el cráneo con cuidado para exponer el cerebro y luego lo apuñala numerosas veces. Su madre descubre los restos del animal en el armario. Cuando tenía 15 años, dispara contra su abuela con un rifle del calibre 22 y luego la apuñala una y otra vez para desahogar su ira, porque según él, era más estricta y le imponía más castigos que su propia madre. Después le pegó un tiro a su abuelo y dejó el cadáver tendido en el jardín. Tras estos crímenes, llama a su madre avergonzado para decirle: "La abuela ha muerto. El abuelo también".
Mientras era detenido por la policía, le preguntan porqué lo había hecho, a lo que Ed respondió: "Me preguntaba que se siente al disparar sobre una abuela..." Las autoridades lo internan entonces en una institución para enfermos mentales, y pese a la oposición de los psiquiatras, lo sueltan cuando tenía 21 años, para ponerlo de nuevo al cuidado de su madre. Por aquel entonces ya medía 2,05 metros de estatura y pesaba unos 135 kilos.
En mayo de 1972 recogió en su coche a dos autoestopistas de 18 años, las llevó a un sitio apartado y allí las mató a puñaladas. Luego, trasladó los cuerpos a casa de su madre, les sacó fotografías con una Polaroid, los descuartizó y les cortó la cabeza para enterrar posteriormente los restos en un cerro de las inmediaciones.
El "gigante asesino" no elegía sus víctimas al azar, las somete a un cuestionario escrupuloso preparando con anterioridad una lista de características físicas y morales de sus futuras víctimas. Es absolutamente necesario que corresponda a la imagen que tiene de las estudiantes que su madre le había prohibido frecuentar. Cuatro meses después mata a otra joven de quince años de una manera similar, recogiéndola cuando hacía autostop, estrangulándola, violando el cadáver y llevándoselo a casa. Mientras se entregaba a esta orgía criminal acudió a una de las evaluaciones psiquiátricas a las que debía someterse con regularidad, y fingió tal lucidez que según los peritos que lo examinaron, ya no representaba una amenaza para sí mismo ni para los demás. Ese día llevaba en el maletero de su coche la cabeza decapitada de su víctima más reciente...
"Esas chicas son lo bastante mayorcitas como para saber lo que hacen, y sobre todo, lo que no hay que hacer, como es el autostop. Me desafían por el hecho de otorgarse el derecho de hacer lo que les venga en gana. Eso es lo que me molesta: se sienten seguras en una ciudad en la que yo no lo estoy..."
Ed espera otros cuatro meses antes de volver a matar, y esta vez viola el cadáver y lo coloca encima de su cama mientras toma el té con su madre. En febrero de 1973 reincide, amontonando dos nuevos cadáveres en el maletero del coche. Después de cenar tranquilamente, baja a amputar y decapitar los cuerpos. Finalmente Kemper acabó matando a su madre, el origen de sus problemas y a una amiga de ésta. Siempre estaba regañándolo, de modo que el sábado de Pascua de 1973 le cortó la cabeza. Luego, para estar seguro de que esta estaba bien muerta, le arrancó la laringe y la metió en el triturador de basuras. Entonces, asustado por lo que había hecho decide entregarse a la policía. Se estaba quedando sin fuelle, como les ocurre a muchos asesinos en serie. El objetivo principal había desaparecido, dijo más tarde a la policía intentando explicar su decisión por entregarse. "Empezaba a pesarme. La necesidad de seguir con la muerte era superflua y continua. No me estaba sirviendo para ningún propósito físico ni emocional. Era una pura pérdida de tiempo".
En sus confesiones posteriores reconoce que lo que más deseaba era saborear su propio triunfo sobre la muerte de los demás. Él vencía a la muerte y vivía mientras los demás morían... Esto actuaba sobre él como una droga, empujándolo a querer cada día más gloria en su victoria personal a la muerte.
En vida, la muerte siempre estaba con él. Al preguntársele como reaccionaba cuando veía a una muchacha bonita en la calle, contestaba: Un lado de mí, dice, "que chavala tan atractiva, me gustaría hablar con ella, salir con ella", pero otra parte de mí se pregunta cómo quedaría su cabeza pinchada en un palo.
Edmund Kemper fue declarado culpable de ocho asesinatos en primer grado. Cuando le preguntaron qué castigo pensaba que merecía, contestó que "la muerte por tortura". Con ocho condenas por asesinato en primer grado, Kemper escapa a la pena de muerte porque acaba de ser abolida en el estado de California, donde más tarde fue restablecida.
En 1978, Robert Ressler (psicólogo y criminólogo que acuñó el término de "serial killer", y John Douglas (Jefe de la unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI), que en aquella época estaban haciendo un estudio sobre la psicología del asesino en serie, decidieron interrogar a Kemper en su celda de California, en dónde se encontraba cumpliendo varias condenas de cadena perpetua. El reo aceptó entusiasmado la entrevista, y tras entregar sus armas y firmar un documento que exime toda responsabilidad a las autoridades carcelarias de lo que pueda pasar en el interior, los dos hombres se encontraron cara a cara con aquel curioso asesino de talla descomunal y tupido bigote. Su inteligencia era como su talla, sobresaliente. Según los registros de la prisión, su cociente intelectual era de 145.
Recluido como un preso y obligado a sentirse culpable y peligroso cuando no había hecho nada malo, se fue obsesionando con la idea de matar. Cuando sus padres se separaron, mató y descuartizó a los dos gatos de la familia, (según los dos investigadores, la crueldad infantil hacia los animales es el rasgo principal de los tres que caracterizan la personalidad del asesino múltiple. Las otras dos son la piromanía y la enuresis o incontinencia urinaria durante el sueño).
Kemper trató una vez de entrar a formar parte de la Policía de Carreteras de California, pero lo rechazaron. (También esta característica es común en muchos de estos criminales. Si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos son individuos fracasados y resentidos, no es de extrañar que en algún momento se ilusionen con la idea de convertirse en policías, que son los representantes de la autoridad e inspiran respeto). Les contó que posteriormente frecuentaría los sitios de reunión de los agentes y entablaba conversación con ellos, lo cual no sólo le hacía sentirse integrante del grupo sino que le proporcionaba información reservada sobre el avance de las investigaciones de sus crímenes.
Una inquietante anécdota que los investigadores relataban, es que al final de la tercera entrevista, mientras Ressler esperaba la llegada con retraso del guardia que tenía que sacarlo de la celda de alta seguridad, Kemper le dijo:
"La habitación está insonorizada, nadie puede escuchar tus gritos. ¿Y si de repente me vuelvo... loco? En cuanto apretases ese botón te haría trizas... puedo desenroscarte la cabeza, colocarla sobre la mesa y recibir así al guardia".
Al cabo de un rato, el guardia aparece y abre la puerta, (Ressler suspira con alivio). Al salir de la sala de entrevistas, Kemper le hace un guiño y poniéndole el brazo sobre el hombro, le dice sonriendo: "Ya sabes que sólo bromeaba, ¿no?"

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