Australia, 1943
Ludwig estaba muy complacido. El sueño de toda su vida, desde que encontró aquellos volúmenes en el desván de su abuelo siendo un niño, estaba a punto de cumplirse. Finalmente, con la ayuda y presupuesto, además de este grupo de tarados supuestamente expertos en el tema, que le había proporcionado el Tercer Reich, había logrado preparar la ceremonia para llamar a uno de sus Señores. Y por supuesto era él quien la presidía, luciendo la enorme túnica de piel humana que tejió él mismo hacía ya veinte años. Los demás se encontraban alrededor de él, y alrededor de ellos, la vasta extensión del desierto, interrumpida por los jeeps que los habían llevado hasta allí. En medio del círculo, un gigantesco caldero cubierto de signos cabalísticos, y sobre él, cuatro australianos carniceros con sendas dagas rituales se disponían a abrir a sendos bebés llorones por el estómago como si fueran latas de espagüetis con tomate. Ludwig comenzó a pronunciar las palabras, mientras los demás miembros de este grupo para “experimentos sobrenaturales” del Tercer Reich las repetían con falso énfasis.
Entonces los carniceros, con hábil maestría clavaron la punta de sus dagas en la ingle de su bebé. En ese momento, el canto de los presentes se vio relegado a un segundo plano en favor de los ensordecedores chillidos de los bebés. Con sumo cuidado, los carniceros movían delicadamente la cuchilla a través del bebé con cuidado de que ninguno de ellos muriera hasta la parte del ritual en la que debían romperles el cuello. Y así, con delicadeza, dejaban que las pequeñas tripas empapadas en sangre de los bebés (los espagüetis con tomate del ejemplo) cayeran suavemente sobre el caldero colocado al propósito con un sonoro “plot”, como si estuvieran preparando allí la comida familiar del domingo.
Zebulón, uno de los carniceros, estaba nervioso. Y aunque sus manos cortaban firmes, él estaba temblando por dentro. Durante años había oído las leyendas sobre las criaturas que podían ser invocadas en esta parte del desierto. Criaturas terribles y sádicas, que podían aparecer físicamente o a través de cuerpos humanos. Y ahora estaban llamando a una de ellas. El brujo alemán decía que se podía tratar con la criatura si se seguía el ritual correctamente, y, de todas formas, no podía ser peor que las torturas que le infligirían los alemanes si no les obedecía. Había sido suficiente con que le aplastaran los testículos contra el suelo con sus gigantescas botas y le arrancaran el pene de cuajo todo ello a punta de pistola como para darse cuenta de que no era bueno llevarles la contraria. Por todo eso, Zebulón cortaba y cortaba y depositaba aquellos diminutos intestinos en el interior del caldero.
Un momento. ¿Qué había pasado? Estaba seguro de haber cortado correctamente y por donde debía. Pero el llanto del bebe había cesado. Había muerto. Zebulón se estaba cagando encima. Las palabras de los alemanes llegaban a su oído en el momento en que se debían matar a los niños. Entonces, por reflejo, o por si quedaba algo que hacer, partió el cuello de su bebé a la vez que sus compañeros. Entonces la cara del bebé se giró hacia la suya propia con una expresión demoníaca en su rostro, mostrando unos gigantescos dientes romos y una lengua de serpiente.
Algo iba mal y Ludwig se había dado cuenta. Era como si lo sintiera. Mientras los intestinos de uno de los niños salían del caldero como si fueran una serpiente para enroscarse alrededor de la cabeza de uno de los nativos, Ludwig comenzó rápidamente a pronunciar unas palabras de expulsión de un ritual menor con la esperanza de que sirvieran para algo. Los intestinos apretaron de una manera increíble la cabeza del desgraciado. Se oían los huesos que crujían, los sesos salían por la nariz y los ojos se empezaban a salir de sus órbitas, hasta que salieron disparados. Uno de ellos fue directo a la boca de Henrick, uno de los cuatro compañeros de Ludwig, que se lo tragó y cayó al suelo atragantado, gimiendo y vomitando sangre y pus sobre su propia cara, ya que estaba tumbado boca arriba. Uno de los australianos, que huían horrorizados después de tirar los bebés al suelo, aplastó un ojo con su pié, resbaló y cayó al suelo, y su cabeza chocó contra el caldero, abriéndose y desparramando sus sesos en el interior, mezclándose con los intestinos que había allí. Los otros tres alemanes dispararon sus pistolas Luger contra los nativos que escapaban, ignorando que el ritual había fallado, y los mataron: acertaron a uno en la cabeza haciendo saltar sus sesos, y a otro en el corazón. Finalmente la cabeza rodeada de intestinos estalló, y carne, astillas de hueso, sangre y demás fluidos internos de la cabeza volaron por todas direcciones, mientras un extremo de intestino se introducía por la abertura del cuerpo del bebé llegando hasta la diabólica cabeza y el otro se introducía por la abertura recién hecha sobre el cuerpo del carnicero.
Ludwig terminó el ritual. Como imaginaba, no había servido de nada, y además, había llamado la atención de aquél demonio al haberlo intentado expulsar. Ahora sería a por él a por el primero que fuera el demonio, a no ser que lo distrajeran. Tenía que hacer algo. Mientras pensaba esto, observaba como el intestino que se introducía en el cadáver, sospechosamente en pie, tiraba de la cabeza demoníaca y la masa purulenta y sangrante que colgaba de ella, lo que una vez fue un cuerpo de un bebé, hasta colocarlo encima del cuello, como si fuera la cabeza del cuerpo, aplastados los brazos y piernas en posturas imposibles alrededor del picadillo sangrante formado por los restos del cuello del australiano y parte del bebé. Y así obtenemos un deforme demonio de cabeza minúscula, que no paraba de reírse mientras pensaba en el festín de vísceras que se iba a pegar.
-¡Disparadle! - gritó Ludwig - ¡El ritual ha fallado! ¡Nos quiere matar! ¡Disparadle a la cabeza!
Dos de los alemanes se adelantaron disparando hacia el demonio, a la par que este último daba un gigantesco salto y se posaba en medio de los dos. De sus manos habían salido unas enormes garras, y la cabeza del bebé giraba para un lado y para otro haciendo ruidos de crujidos y riendo alocadamente con una voz cavernosa. Antes de que reaccionaran , clavó dos dedos de su mano derecha en los ojos de uno de los que disparaban sin dañar los globos oculares, por debajo de ellos, mientras metía su dedo pulgar en la boca del mismo. De alguna manera incomprensible, tiró y arrancó solamente la parte delantera de la cabeza que comprende entre la mandíbula superior y la parte de debajo de los ojos, y así quedó el hombre, sin su cara, con un hueco sangrante entre la parte inferior de la mandíbula y los ojos, que colgaban de sus nervios por fuera de la cara balanceándose y golpeando los dientes inferiores, tras los cuales se veía la lengua al completo, mientras se oía una especie de gemido que podía realizar aún el infortunado. Mientras los otros dos compañeros de Ludwig se habían quedado paralizados, y Henrick asfixiado por el ojo, Ludwig no perdió un momento y buscó un arma que sirviera fácilmente para separar los dos cuerpos, ya que sería más fácil acabar con el cuerpo del bebé, carente de extremidades sanas. Mientras Ludwig buscaba con la mirada, el monstruo arrancó de cuajo la lengua de su última víctima y se la introducía en la minúscula boca, masticándola con sus enormes dientes romos y tragándosela, manchándose de sangre y carne toda la cara. Mientras masticaba, agarró al otro alemán que tenía al lado de los brazos y, justo antes de que disparara, le dobló los brazos en el sentido contrario con un tremendo chasquido y alarido por parte de la víctima. Los huesos sobresalían por fuera del brazo rotos y bañados en sangre. El otro alemán disparaba al demonio mientras este levantaba en el aire al dolorido humano que tenía en las manos. Las balas le hacían sangrar como si se tratara de una persona normal, pero apenas por unos pequeños temblores del cuerpo parecía que le estaban disparando de verdad. Mientras tanto, Ludwig advirtió que de la pierna del cadáver ahogado de Henrick pendía un enorme machete de un metro de largo. Rápidamente lo recogió y se dirigió con decisión hacia el demonio, que ahora había abierto con una de sus garras el estómago de su víctima sostenida en el aire y dejaba caer sobre su boca los intestinos y la sangre, devorándolos con la voracidad con que podía con su minúscula boca. Mientras tanto, el otro compañero de Ludwig, Klaus, recargaba su Luger, que había vaciado ya en el monstruo.
Ludwig se acercó por la espalda de la criatura sin que esta lo advirtiera, y con un fuerte tajo, separó, en una explosión de sangre que empapó prácticamente todo su cuerpo, la cabeza del bebé del resto de carne, incluso del cuerpo del propio bebé, partiendo el intestino que los unía. Los dos cuerpos junto con lo que quedaba del bebé cayeron al suelo cubiertos por una resbaladiza masa de intestino delgado, mientras la cabeza del bebé salió disparada por los aires hacia Klaus, que había terminado de recargar la Luger y la apuntó hacia la cabeza. La cabeza gritaba con un ruido ensordecedor hasta que cayó justo encima de la punta de la pistola de Klaus, quedando enganchada por la boca, colgada del paladar y balanceándose adelante y atrás. Entonces Klaus apretó el gatillo en un impulso, y con un estruendo, la cabeza explotó, haciendo volar por los aires sus ojos y trozos de cerebro por todas partes, además de partes de carne y de hueso, y sangre que rociaba todo alrededor del disparo.
Se habían salvado. Por el momento. Ludwig sabía que no se podía jugar así con las fuerzas infernales de esta manera. Ahora este demonio que acababan de matar, y algún otro, le perseguirían. A él y a ese idiota de Klaus. Le miró. Klaus estaba perdiendo los nervios. Estaba pálido y tembloroso, la pistola se le empezaba a resbalar de las manos. Ludwig se agachó silenciosamente y cogió una ensangrentada Luger de uno de los cadáveres. Apuntó a Klaus. Lo necesitaba matar, y de todas formas le estaba haciendo un favor, no soportaría lo que quedaba por ver. Disparó y con un sonoro chasquido sangre y trozos de cerebro se exparcieron por el suelo, mientras el cuerpo caía con un sordo BLOM.
Entonces Ludwig abrió el cadáver de Klaus por el pecho con su daga, rompió sus costillas con sus propias manos y le arrancó su corazón. Lo estalló sobre su cabeza con una mano, bañándose con su sangre mientras formulaba unas palabras. Un viejo ritual, bañarse con la sangre del corazón de tu víctima otorga poder. Esto le daría suficiente poder mágico para defenderse si fuera atacado en el desierto, durante el camino al poblado.
Entonces Ludwig se montó en el jeep y lo arrancó, marchando a través del desierto hacia un destino incierto que ni siquiera él conocía aún.
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